Hoy, 13 de mayo, celebramos a santa María Mazzarello nos dejamos interpelar una vez más por su vida y testimonio sencillo y profundo:
Al hilo de Dios fue tejiendo su vida al ritmo que Dios le fue marcando, en el ajetreo del trabajo en los viñedos de Mornese, el pequeño pueblo que la vio nacer en 1837, o en la serenidad de la alquería de La Valponasca, a la que se trasladó su familia más tarde, a través de cuya pequeña ventana rezaba cada día dirigiendo su mirada y su corazón a Jesús presente en el sagrario de la parroquia.
Así fue tejiendo su niñez y adolescencia, haciendo crecer en ella un fuerte sentido de Dios y el deseo de entregarse a Él, anhelo que D. Pestarino, sacerdote del lugar, supo acompañar con firmeza y delicadeza. La trama de la historia parecía romperse cuando a los 23 años D. Pestarino le pide que vaya a asistir a unos familiares enfermos de tifus y en el servicio generoso se contagia también ella.
Tras meses de convalecencia, Maín, como así la llamaban familiarmente, se recupera, pero nunca volvería a ser la joven trabajadora que dejaba atrás a los jornaleros en la viña. ¿Qué hacer ahora? ¿Que quieres de mi, Señor? Una sencilla respuesta en boca de la Virgen María se convertiría en el hilo que guiaría el resto de su vida:
“A ti te las confío”
Hacer el bien de las niñas y acercarlas a Jesús, fue el plan que, junto a su inseparable amiga Petrolina, descubrió como el sueño de Dios sobre ella.
Mientras Don Bosco iniciaba su obra en Turín, ella comenzaba el taller de costura y el oratorio en Mornese como dos retales de una misma pieza que al juntarse descubren que son el mismo sueño de Dios para la vida de los muchachos y las muchachas. Así fundan el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
La primera comunidad de salesianas en Mornese, animada por ella, se caracterizaba por un ambiente de familia, por reconocer la presencia de Jesús en la Eucaristía y en el rostro de las muchachas más necesitadas. Invitaba con frecuencia a amar a todos no solo con las palabras sino con los hechos.
Tras su muerte en 1881, su testimonio nos recuerda que la santidad es posible y cotidiana, que no nacemos santos, sino que nos hacemos santos respondiendo a las llamadas diarias de Dios en nuestra vida, dejándonos acompañar por las personas que Él pone a nuestro lado y hablando a Dios con la oración.
Te presentamos su vida en la siguiente película:
Y en este cómic:
¡FELIZ DÍA DE MAÍN!